Por Víctor Hugo Marenco Boekhoudt
Ahora que la autonomía de los vehículos eléctricos ha cobrado importancia suprema, y muy a pesar que consideramos aún de estar en los inicios de la misma, ya se siente una influencia determinante y decisiva que impacta grandemente en el consumo de los combustibles fósiles. Ya es más que evidente que las centrales térmicas con base en carbón, están percibiendo menores factores de uso por el impacto que tienen las baterías en todos los rubros de transporte en el mundo, especialmente en países donde los transportes móviles con baterías tienen un uso intensivo (incluyendo a Noruega, Suecia y China por citar algunos más...). Los nórdicos en cabeza de Noruega, usan los automóviles y camiones eléctricos en un orden del 94.5% de todo el parque automotor. Para rematar, entre el 2020 al 2024 se ha notado un descenso del 13% del consumo de diesel. Incluso considerando lo que es Finlandia, Suecia y Noruega, el bajón consumo de diesel en el último quinquenio está rozando el 9%. China anda a pasos agigantados: el segundo país más poblado del mundo posee una cuota de participación de los vehículos eléctricos en carga y pasajeros en el orden del 51%. La baterización y la consabida electrificación del segmento automotriz pesado y liviano, ha traído como consecuencia un ahorro sustancial de alrededor de 750,000 barriles diarios de petróleo (lo que mas o menos exporta Colombia). China es el mayor importador de crudos (son varios tipos) en el mundo, y aunque algunos usados expertos han querido resaltar la baja natalidad como determinante en el consumo del petróleo, eso no es así por la simple ecuación que el uso de los móviles eléctricos son la razón de ser de mayor peso. Sin embargo, el hecho específico de que estén construyendo centrales hidroeléctricas de alta producción en China, no obedece básicamente a la utilización de los vehículos que estamos referenciando, sino el aprovechamiento agrícola y especialmente la reconversión de sus desiertos en recursos para la producción de alimentos.
Colombia Simplemente no puede quedarse amarrada y enquistada en el discurso del presidente Petro y debe optar por una diversificación dinámica y vibrante en los rubros donde la movilización juega un papel definitivo. Sin duda alguna ya es menester determinar el cambio de un vehículo de gasolina a uno de baterías y este es quizás la rama más factible donde opere un paso trascendental dentro de los próximos 10 años. En la parte del transporte pesado, posiblemente en lo correspondiente a camiones y barcos la situación no variará sustancialmente aunque tendrá su impacto. Sin embargo en lo referente al transporte aéreo (como tendencia mundial), allí sí vamos a seguir dependiendo sustancialmente de los fósiles a raíz de la disponibilidad y la eficiencia de estos combustibles donde la electrificación se encuentra notoriamente rezagada. Dentro del manejo de las diatribas de titulares por parte de los rotativos habituales que emergen en Colombia, los grandes escándalos se centran ya sea en la falta de petróleo o de gas a términos de cinco o siete años. Con la electrificación del transporte y a pesar que las grandes empresas operadoras de carga son reticentes a la adquisición de camiones eléctricos, tarde o temprano ellos sucumbirán a la engorrosa ley de la oferta y la demanda que para ciertos motivos les encanta y que para otros, se convierte en un trago amargo. El aspecto estatal como se ha visto en la mayoría de los países que han diversificado el uso de la electrificación automotriz, reside en incentivar las estaciones de recarga a nivel nacional y en eso nos estamos quedando en un aletargamiento parsimonioso a todo nivel y en todas las regiones. Nada de lo anterior indica que el petróleo con sus diferentes variantes vaya a dejar de incidir. Tampoco lo hará el carbón y el gas dentro del rubro doméstico; será decisorio y útil por su altísima disponibilidad y baja huella climática.
¿Hacia dónde irá la transisionalidad y cuáles serán los caminos que dejará para que Colombia y Suramérica hagan sus trazados a un mejor vivir?. Eso está por verse... Tanto es así que con suma soltura la economía planificada energética (una alternativa considerada como "monstruosa" por los economistas liberales y paleoneoliberales), entrará a determinar y a pautar ritmos de crecimiento y de decrecimiento en vista a las particularidades geomorfológicas, geográficas, económicas y sociales que tenga cada región que compone nuestro país. Mientras china usa el petróleo como efecto transicional y a su vez ejemplifica grandes recursos de inversión en sus centrales eléctricas atómicas, con base en agua, con base en la energía solar, en el viento y en la geotermia, nosotros todavía estamos absortos e hibernando con la generalidad y el frenesí que traza el actual presidente de la república. Nuestra población decrece, en Rusia al contrario ahora va para arriba, nos jactamos de ser el país de la belleza con una energía eléctrica de las más caras del mundo, sin la exponencia de alternativas sólidas y ecoeficientes para el rubro del transporte. Ahora dentro de las grandes ciudades colombianas, existe desazón y molestia porque pululan los ciclomotores urbanos de nueva generación que permite el desplazamientos de almas que no se aguantan los trancones. Lo que pasa es que "me quitan la vía a la cual tengo derecho", dicen la señoras encopetadas rumbo a la peluquería... Aquí tenemos espacio para más gente, el problema es que no nos hemos puesto de acuerdo en saber en cuánto. Ya hay provincias chinas que están demostrando vigor en su crecimiento poblacional aupado por políticas gubernamentales y así lo precisan. Por tanto, el tema de la energía en Colombia no puede ser un sujeto de ventas y de compras, o de ley de ofertas y demandas... la encrucijada amerita más bien un acercamiento social profundo acerca de todas las implicaciones que inherentemente lleva consigo mismo.
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