sábado, 6 de abril de 2024

EFEMÉRIDE DE BARRANQUILLA


Mañana 7 de abril, es la efeméride de mi ciudad Barranquilla. El acontecimiento notable ocurrió en este mismo día, pero en 1813, cuando fue proclamada “villa” (una especie de municipio, por establecer una referencia actual), por el gobernador del Estado Libre de Cartagena, Manuel Rodríguez Torices, antes de obtener el título de ciudad propiamente dicha, en el año de 1857. La vez que me percaté que pertenecía a estos espacios, fue cuando siendo niño de 9 años, llegaba a lo alto de un portentoso árbol de roble, al lado de mi cuarto. Mi hermano y yo subíamos a cada rato con unos binoculares, que nos regaló el tío Virgilio de Curazao, y veíamos el río Magdalena inmenso, las garzas blancas en vuelo rasante por el parque Isla de Salamanca, bosques de manglares en procesión, lagunas enfiladas, islas alargadas, los pescadores en sus canoas con las velas izadas, las fábricas a las orillas, grúas de puertos, barcos remontando la corriente con esa brisa fresca, húmeda y dulce, llena de olores de Batatillas y hojas de Bijao que nos empapaba. Después y sin almorzar, salíamos corriendo detrás de nuestros hermanos mayores cuando iban rumbo al río a pescar. Cruzabamos el caudal en chalupa o a remo puro. Ellos pescaban de tarde al otro lado porque el agua era más tranquila y la lagunas tenían más vida. Desde allí y con el sol de frente en la cara, veíamos la ciudad viva recostada en su cuesta, tratando de buscar con los mismos binóculos, el árbol donde nos trepábamos, para ver el paisaje estuarino. Eran tantos que nunca dimos con él, aun referenciando las torres de la iglesia Tres Ave María cerca a la casa. Habían cangrejos, ranas, camarones, bivalvas, peces en cardumen nadando cerca a las orillas. Desde el barranco nos tirábamos al agua y toda la fauna salía despavorida, incluso hasta las mismas babillas, por los gritos de alegría y la inmersión. Una y otra vez sin cansarnos… Ya casi de noche, regresábamos a casa con la pesca de bagres, mojarras y moncholos en sacos de fique. Mamá se alegraba por la abundancia de comida y papá, ya había preguntado por el vecindario, por dónde andaban sus menores inquietos... Estábamos los dos todos calcinados por el sol y repletos de aguas fluviales. Nos acostábamos después de comer una rodada de bagre frito con patacón, para levantarnos al otro día, resueltos en la madrugada y ver desde la misma copa del árbol, donde estaba la laguna donde nos habíamos bañado, antes de que el sol despuntara detrás de la Sierra Nevada de Santa Marta. Exacto, esa misma cumbre clara, plácida y oronda en toda su silueta… Desde esos instantes y trepado a esas alturas, supe siempre quién era y a qué derredores pertenecía, sin un ápice de duda…

Víctor Hugo Marenco Boekhoudt